ELIANA RIVERA OLIVA Y OSCAR GUILLEN CHAVEZ
La belleza salvará al mundo
Quisiera prologar este testimonio de fe, con una reflexión que espero anime a muchos otros a seguir el sendero recorrido por los artífices de la restauración de la centenaria catedral de Ayaviri. Si Dios es la suma belleza y su creación es perfecta y por tanto bella. Él nos regala la belleza de la creación y nosotros le ofrecemos nuestro mejor producto. Edificamos la casa de Dios, en el idioma de Dios, que es la belleza. Así, históricamente se erigió todo lo mejor para su mayor gloria.
Desde la antigüedad, el Creador es imitado por el artífice. Mientras el primero en su omnipotencia genera algo de la nada, el segundo utiliza la creación dándole forma y significado, imitando y recreando con las manos y el intelecto aquello que es percibido por sus sentidos. Así como el hombre mismo fue creado a imagen y semejanza de su Creador, sus criaturas portadoras de su semilla de eternidad imitan la belleza de la creación del Creador.
En el altiplano, la belleza sobrecogedora de la naturaleza que se aproxima a la noción de lo sublime se revela en la masividad tectónica de los Andes, la vastedad del lago Titicaca y la riqueza de los yacimientos minerales, que maravillaron a los fundadores de las ciudades hispánicas que sentaron sus bases a la orilla del lago. La belleza singular y desconocida de estos parajes constituyen el marco sensible, donde resplandece la perfección de la creación cuya belleza se nos presenta gratuitamente, como un don que se revela. Escenario natural sobre
el que los hombres erigieron con ingenio sus ciudades, templos y monumentos, constituyendo con los siglos el patrimonio cultural del altiplano, testimonio de la identidad de un pueblo, cuya salvaguardia es preocupación directa de la vocación mística del restaurador.
Con el tiempo, el significado que imprimieron los artífices a sus obras en este caso a la catedral de Ayaviri se fue desdibujando y fue debilitándose la voluntad orientadora de la verdad imitativa de la belleza, viciando la sensibilidad de la imagen primigenia, del esplendor y la refulgencia del bien. Así como el pecado requiere de la confesión para restaurar el estado de gracia, la recreación del artífice, envilecida por el tiempo y el desconocimiento, requiere de la restauración para devolver a la obra su integridad y autenticidad original, su verdad, su belleza, su mediación con lo trascendente, su filiación divina, su promesa redentora.
El valor espiritual de una obra restaurada radica en su verdad, característica esencial e indisoluble de su belleza como vehículo de salvación. Así para Platón, «la belleza es el esplendor de la verdad» y para Dostoievski, «la belleza salvará al mundo».
La conservación del patrimonio cultural de la Iglesia siempre es una tarea que demanda de entendimiento y vocación. El origen etimológico de los términos conservación y restauración nos dan pistas de su profundidad y trascendencia. Conservación, del latín conservatio, está compuesto por cum y servare, en alusión a continuidad y
salvataje respectivamente. Por otro lado, restauración, del latín restauratio, tiene como componentes al prefijo re, de repetición, y al verbo estatuer, de establecer u ordenar. No estamos lejos de dimensionar una de mis frases favoritas: la restauración es una vocación mística. Esta disciplina resume todas las acciones aplicadas de manera directa a un bien cultural mueble o inmueble que tenga como objetivo facilitar su apreciación, comprensión y uso a través de la recuperación de sus valores intrínsecos, a su integridad y autenticidad, a su naturaleza original, a su verdad creadora. Así las acciones que
hayan modificado y desvirtuado la naturaleza del bien serán revertidas y restituidos los elementos necesarios para garantizar su recuperación física y simbólica.
En el caso de la Iglesia católica, la sinfonía perfecta y bella de todo lo sensible y lo inasible: colores, formas, aromas, sonidos, música, texturas y espíritu, se encuentran en la liturgia, que el Concilio Vaticano II define
como «la cumbre a la que tiende toda la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza». En un templo barroco como el de Ayaviri, nada es gratuito, todas las decisiones tomadas por los artífices responden a la sagrada tradición y al magisterio de la Iglesia. Son los senderos espirituales hacia el misterio último, a Dios.
Este camino de salvación mediada a través de los sentidos, a partir de la belleza de la creación divina y la recreación humana, tomando a las artes que se reúnen en la liturgia, es recogido y recomendado por Benedicto XVI en su Via pulchritudinis, como vehículo hacia lo trascendente. Así mismo podríamos aplicar este sendero espiritual en la práctica restaurativa, pues la búsqueda de lo trascendente se puede lograr, en la ejecución, contemplación o recuperación de la auténtica belleza, aquella que nos acerca a la perfección de Dios y a la belleza de Cristo como modelo y prototipo de santidad. Juan Pablo II, en su Carta a los artistas, profundiza en la experiencia estética como situación propicia del descubrimiento humano, de lo bello, bueno y verdadero: «La relación entre bueno y bello suscita sugestivas reflexiones. La belleza es en un cierto sentido la expresión visible del bien, así como el bien es la condición metafísica de la belleza»1.
En lo particular, la catedral de Ayaviri es un recinto de gran riqueza cultural, espiritual y artística, que finalmente, y tras un largo y edificante camino recorrido por los artífices de su restauración y en el marco de un
acucioso proyecto, ha recuperado su valor. Su belleza, verdadera y redentora, salvará al mundo.
La redención del hombre a través de la belleza, de su acercamiento a lo divino, reclama la existencia de lo trascendente, venciendo a la decadencia del abandono que en el Perú ha perdido, y pierde constantemente, patrimonio histórico, desdibujando sus particularidades esenciales, razón por la cual celebramos la restauración
integral de la catedral de Ayaviri y esta segunda publicación que deja constancia del trabajo realizado para la memoria del pueblo de Ayaviri y edificación del espíritu de quienes quieran seguir el camino vindicante de la restauración de la belleza que salva, resucita, inspira y guía.
Luis Martín Bogdanovich Mendoza
Arquitecto e historiador del arte