JIMÉNEZ PUERTAS, MIGUEL / GARCÍA-CONTRERAS RUIZ, GUILLERMO
Que el paisaje está de moda en las publicaciones arqueológicas es un hecho difícilmente discutible, como también es cierto que acerca de su definición no existe un consenso entre los investigadores en ninguna de las escalas a las que nos refiramos, ni entre colegas de departamentos ni a nivel internacional. Desde la irrupci ón de lo ecológico en las Ciencias Sociales a finales de los años setenta y, sobre todo, durante la década de los ochenta, la fuerte materialidad que siempre ha caracterizado a las investigaciones arqueológicas se fue reforzando, con una mayor y creciente preocupación por lo contextual 1, que en el caso de los estudios a escalas más amplias que la del simple objeto o el yacimiento, se volcaron hacia una preocupación por la interrelación entre las sociedades del pasado y el medio ambiente. Desde aquí, hasta lo que actualmente se denomina Arqueología del Paisaje, se ha asistido a un desarrollo teórico y, sobre todo, técnico, que ha permitido una multiplicidad de intereses y objetivos en su seno. Esta multiplicidad ha llevado a plantear lo misceláneo de una disciplina que ha sido considerada y calificada de «joven», acaso sin recordar que ya en los escritos arqueológicos de principios del siglo XX la preocupación por el medio físico era incuestionable, sobre todo para los períodos prehistóricos 2, y qué decir del impacto de la Geografía en los estudios medievales, al calor de la escuela de los Annales