DEL RIO, MARIA LUISA
Era el verano de 1986. Un chico de 17 años encerrado en un salón de una academia preuniversitaria de Lima movía los pies frenéticamente, dibujaba en su cuaderno, esperaba el primer recreo entre clases, se lanzaba de ventanas a jardines, y huía de esa agonía para poder surfear. Nada ni nadie iba a convencerlo de lo contrario. Su idea era ser arquitecto, probablemente para construir casas y hoteles frente al mar. Pero moría de aburrimiento en las ocho horas diarias que exigía la preparación para ingresar a una universidad. Y escapaba.