SZTULWARK, PABLO
Recién recibido viajé hasta Florencia. Una tarde fría y lloviznosa encontré una pequeña iglesia, San Miniato al Monte. Entré, la luz era tenue, se tamizaba por las aberturas y la luz exterior también lo era. Había gente recorriendo su nave central y el órgano producía una música que emocionaba. Yo me estaba enfrentando a una situación espacial que construía a Dios. Aquella tarde, entendí que en "esa situación", Dios existía, y que la arquitectura era el medio para que existiera allí. Entonces pensé que para enseñar arquitectura no alcanzaba con saber cómo se construye el edificio, cómo se trabaja el ladrillo, cómo se agujerea la masa, cómo se sostiene el techo; ni con saber la forma que esa técnica adoptaba, sus reglas estéticas y de estilo que lo hacían pertenecer a determinada cultura y tiempo, y tampoco era suficiente saber cómo se usa esa iglesia, las formas del atrio, su nave principal, los tiempos de la misa, los rituales del casamiento o el bautismo. Todo eso es necesario pero, insuficiente para comprender el dispositivo arquitectónico que nos permitía designar a ese espacio como iglesia.