AA.VV
Fue Vasari quien en el siglo XVI nos acostumbró a leer la historia de la arquitectura a partir de las carreras de los grandes artistas, personajes excepcionales cuyo talento había llevado a las distintas formas de arte a un estado superior que hasta hoy conocemos por la propia denominación de Vasari como Renacimiento. No es difícil reconocer ahí el germen de una forma de escribir la historia y por ende de entender la propia tradición de la arquitectura a partir de los llamados maestros, figuras que con su propia oeuvre definen el abanico de posibilidades dentro de un sistema institucionalizado de conocimiento que comúnmente denominamos disciplina. Esto hasta fines de los noventa cuando Giorgio Agamben rescata la idea de estado de excepción que Carl Schmitt había propuesto en 1922. Al indicar que el campo de concentración es el arquetipo que mejor representa esta noción, Agamben estableció una imagen arquitectónica del estado de excepción, pues localizó y definió un orden para este concepto. Casi una década después los arquitectos empezamos a preguntarnos por estos espacios, un período en el que además nos hemos hecho conscientes de que, por muy neutral que pueda ser el pensamiento detrás de un proyecto, sus efectos son siempre políticos.
Conscientes de esa genealogía, en este número de ARQ optamos por no insistir en la aproximación personalista de Vasari. Más bien, hemos querido preguntarnos qué significa la excepción en arquitectura si es que ampliamos un poco el imaginario propuesto por Agamben. Si bien nos hacemos cargo del caso contemporáneo de los campos de refugiados en Turquía, sabemos que hay otras formas de excepción que afectan o implican a la arquitectura.